Primero fuimos a su casa; allí dormimos la siesta y merendamos.
A media tarde emprendimos viaje hacia el apartamento, en Playa de S. Juan. Mi hermano Miguel estaba muy contento por volver a subir al tranvía. A mí me invadía la curiosidad porque era mi primera vez.
Iniciamos el viaje en Luceros. Miguel, que es muy mayor, bajó por las escaleras eléctricas, pero yo lo hice por el ascensor.
Así, los abus, nosotros dos y la tía Berta, nos subimos al vagón. Sólo encontramos un asiento libre.
En él se sentó mi yaya y cogió a Miguel. Yo iba en mi carrito, sin problemas, pero con los cuidados de mi tía.
El viaje resultó maravilloso y divertido.
Al día siguiente, mi hermano Miguel se puso sus gafas de sol y nos
dijo que quería ir a dar de comer a los patitos del Lago del Golf.
Cogimos comida para patos que teníamos en una bolsa y para allá nos fuimos. Comenzamos a echarles comida y los patos, más que correr, volaban hacia nosotros.
Tanto llamaban la atención, que unos pajaritos que andaban por allí, olireron la comida y también se presentaron por su ración.
De manera discreta y desde la valla oteaban los trocitos que se despistaban y, con sorprendente velocidad, caían sobre ellos.
Cuando se terminó la comida, mi abu nos llevó a los toboganes y al castillo inchable del Golf.
Miguel enseguida se subió al castillo. Mientras yo caminaba, con apoyos, por la zona de los toboganes.
En uno de aquellos lances, calculé mal la distancia y me pegué un soberano golpe en la cabeza, tan molesto, que aún lo recuerdo y llevo la muestra del chichón.
Mi hermano no se enteró. Cuando se le agotó el tiempo del castillo se pasó al tobogán y disfrutó muchísimo.
Yo seguía lamentándome. Un besito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario